
Miles de familias, que “por mala suerte” viven donde están, y nosotros que “por fortuna” tenemos lo que tenemos.
…Nos acercamos a ellos, compartimos momentos, pasamos jornadas, pero al finalizar cada día de construcción, volvemos a la escuela y después de una reponedora ducha comentamos la talla del día, “lo que me costó poner ese clavo” o “la viga de mierda que venía chueca”…
Termina una casa y la emoción trae incluso lágrimas a mis ojos; agradezco el haber participado y perderme el carrete diario de vacaciones, la TV, etc. Ver a esa familia sonriente y contenta me llena de felicidad, pero… ¿Qué pasa después?
Terminan las construcciones, llego a mi casa, como rico por fin y mi familia se sorprende por todo lo que aguanté, ¡si hasta me encuentran más flaca!; cuento mi experiencia a todo el que me encuentro: “tienes que ir, es la raja, si hasta conoces mil gente”; pasan los días y vuelve la rutina: clases, pruebas, responsabilidades, mis problemas...
Yo llegué a mi hogar, a mi mundo, pero las familias siguen ahí, su vida transcurre en esa mediagua en la que ni yo misma confiaba al principio; y así como mi vida continúa, lo hace cada familia de la última construcción, y cada núcleo de cada campamento que todavía no recibe una mano y sólo pasa a ser una cifra más que pone comas y porcentajes a la pobreza de mi país.
Cynthia Cisterna Quilaqueo
Voluntaria “Un Techo para Chile”
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