Por Hugo Aparicio
Todos hemos visto alguna vez a un obrero en bici, es la clásica imagen del tío de la “contru” cuando se vuelve a la casa. Podría pensarse que es un hombre desarrollado, acorde a los tiempos, conciente del daño ambiental, por lo que de forma premeditada opta por ese medio de transporte, más saludable y libre de contaminación.
Pero cuando vemos al mismo tío en bici un día de invierno, con temporales de lluvia eterna, teniendo que salir a las 6 de mañana, con un frío que parte las manos, y volviendo después de las 9, cuando ya la oscuridad es dueña de la ciudad, es imposible pensar que lo hace por placer, que ese medio de transporte fue elegido entre todas opciones que hay porque considera que es el mejor. La realidad es otra; un pasaje en micro equivale a un kilo de pan, y la posibilidad de un auto…bueno no es posibilidad.
Lo grotesco (o grosero) de esto, es que sucede en todo Chile; en cualquier cuidad, pueblo o caleta, sin importar que sea el sur, el norte, la costa o el valle central, ni siquiera discrimina entre el campo y la ciudad; con lluvia o sol, para la gente humilde y sencilla la bicicleta es su medio de transporte por excelencia.
Cuando veo, escucho o leo – está en todas partes – información sobre el Transantiago, y me pregunto qué pensará un poblador de Santiago, que no ocupaba las micros amarillas y ahora no ocupará el nuevo y moderno sistema, me doy cuenta que falta mucho.
El año pasado tuve la suerte de conocer a la señora Beti Friz, del campamento Cantarrana (Coronel); ella trabajaba en Lota Bajo y tiene que viajar todos los días. Sin bien me comentó que no le molestaba tener que viajar (incluso lo tomaba como un paseo), esto casi seguro que si pudiera se ahorraría el pasaje. Son $5.000 al mes (si consideramos 5 días por semana, por $250) que no tiene y que le serían de gran utilidad.
A dónde quiero llegar... a la injusticia, esa invitada de piedra que pudre todo en este país. Mientras se alega por un transporte de calidad – y Conce no es la excepción con su Biovías – que sea eficiente y digno, como el pueblo chileno se lo merece, se está dejando fuera del debate a los de siempre, a la gente humilde y sencilla que prefiere comprar pan y andar en bici.
Nuestra institución trabaja con los más pobres, con los que se “quedaron abajo de la micro”, y por eso no podemos dejar de gritar, nuestro máximo error es pensar que esto siempre ha sido así y que lo seguirá siendo; hay otras opciones. Como todo lo social, fue construido por humanos, y así mismo se puede re-construir, de una manera más equitativa y justa.
Seamos exigentes, veamos todos los ámbitos de la realidad social, ¿de qué le sirve a los hombres y mujeres de campamento un discurso de igualdad si no se puede subir ni a la micro?