Hombres y mujeres no hemos nacido iguales. Suena radical, pero en la práctica se comprueba. A las mujeres se nos exige ser amas de casa ejemplares, esposas dedicadas y excelentes madres. Además de estar siempre “perfectas” y luciendo una indiscutible juventud, ya que mientras más arrugas, más difícil resulta conseguir y mantener un trabajo.
Cuando somos chicos, nos enseñan que la mujer debe ser una suerte de Cenicienta o Blancanieves, hermosa y bondadosa si quiere encontrar a un “príncipe azul”, ya que si eres una mujer emancipada, con derechos y libertades corres el riesgo, casi como una amenaza, de estar soltera aún después de los 30. ¡Qué miedo!.
Al menos 36 países tienen leyes que discriminan a las mujeres por el sólo hecho de serlo, según denuncia Amnistía Internacional (AI) en un informe llamado “La discriminación raíz de la violencia: ¡No a las leyes discriminatorias!”, publicado el 2006. Desde la exclusión en el derecho al voto (como en Arabia Saudita) hasta la impunidad de la violencia doméstica (en Nigeria), pasando por Chile, donde el marido es "el titular de la custodia de los bienes conyugales". Para AI, la violencia contra las mujeres es "la violación de los derechos humanos más extendida e impune", se alimenta de la discriminación y la refuerza.
El mismo estudio señala que a las saudíes "no se les permite circular libremente si no es en compañía de un familiar próximo varón, ni siquiera para recibir atención médica urgente" ni tampoco pueden conducir automóviles. En Guatemala, por ejemplo, "la ley permite la suspensión de la condena si el violador se casa con la víctima". En fin, podríamos contar mil y un ejemplos más, uno más aberrante que el otro.
Por suerte, en Chile, la realidad está bastante lejos de ser tan extrema como en Medio Oriente o África, sin embargo, discriminación hay igual. Claro, y es que tampoco nos vamos a poner a agradecer que en nuestro país no se permita que el marido le pegue a uno y no le pase nada siempre y cuando la lesión “no sea tan grave”. Estamos en nuestro derecho. Las mujeres hace rato que no somos el sexo débil y hasta que la cosa no sea equitativa, seguiremos reclamando por ellos. No por nada tenemos Presidenta, con “a”.
Quizás en el mercado laboral es cuando las diferencias se hacen más evidentes. La participación laboral femenina es mucho más baja que la masculina. El 36% de las mujeres participa versus el 71% de los hombres. Esta brecha existe en todos los países y, aunque la intervención femenina se elevó en ocho puntos entre los últimos censos, la tasa en Chile es más baja que en países de desarrollo similar.
Según la Casen, el 22% de las mujeres entre los 20 y 29 años del quintil de menores ingresos no busca trabajo porque no tiene con quién dejar a sus hijos y si tiene trabajo, no es extraño que lo deje después de la maternidad. Ya sea, porque no hay sala cunas suficientes o la inflexibilidad de los horarios. Por último hay discriminación salarial en todo el espectro, a un mismo nivel de educación y experiencia para la misma tarea, hombres y mujeres perciben distintos sueldos.
Entonces, veamos si queda claro. ¿Nos juzgan si nos declaramos incapaces de ser madres, pero nos hacen la vida difícil si lo somos?. En fin, ni las contradicciones ni las diferencias acabarán mañana. Sin embargo, paulatinamente hemos ido conquistando nuestros espacios y cada una, a su manera, convertirse en la mujer que quiera ser.
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